lunes, 30 de noviembre de 2015

Etapas en el aprendizaje de la lectura



Etapa logográfica

Entre los cuatro y cinco años, aproximadamente, el niño pasa por una etapa en la que puede reconocer de manera global algunas palabras que le son familiares por su disposición, su contorno, su formato o el contexto en el que se producen. Así ocurre con letreros de algunas marcas de coches, su propio nombre, títulos de dibujos animados, anuncios, carteles y otras configuraciones gráficas que les puedan interesar y con las que tiene frecuentes contactos.
Este reconocimiento se produce mientras las palabras familiares se presentan en su contexto y en su disposición habitual. El niño puede reconocer, por ejemplo, el letrero de coca cola en una botella, pero no lo hace cuando aparece fuera del contexto y con otro tipo de letras. Se trata, pues, de una estrategia de reconocimiento semejante a la que le permite reconocer objetos o logotipos.
Es el momento en el que el niño establece claras relaciones entre el lenguaje escrito y el oral. Para ello, es necesaria la mediación de otra persona que sepa leer y que le inicie en el establecimiento de tales relaciones.
En la etapa logográfica, el niño es todavía incapaz de segmentar o descifrar las secuencias gráficas, aunque ya pueda distinguir algunas letras que haya aprendido del mismo modo que las palabras-logos. Ello induce erróneamente a algunas personas a pensar que, cuando se pasa por esta fase niño, el niño es capaz de leer.
Los educadores pueden ayudar a favorecer la superación de este nivel proponiendo tareas de reconocimiento de etiquetas y carteles variados en los que figure el nombre del niño o niña, el de sus compañeros y compañeras de clase, nombres de animales, de objetos fácilmente reconocibles, etc., acompañados de su correspondiente ilustración. También son muy adecuadas las actividades de juegos de segmentaciones de palabras, de rimas y otras experiencias que contribuyan a concienciar sobre la correspondencia entre palabras escritas y sus significados y entre los grafemas y su correspondencia fonológica.

Etapa alfabética.

En la fase alfabética, el niño toma conciencia de que las palabras se componen de elementos o unidades fónicas y que existe correspondencia entre estas unidades y sus representaciones gráficas o grafemas. Ello le capacita para segmentar secuencias sonoras y asociar los distintos fonemas con su correspondiente grafía. Es el momento de la adquisición de la conciencia fonológica o capacidad de un sujeto para darse cuenta de que la palabra hablada consta de una secuencia de sonidos básicos. Estos sonidos están representados por grafemas, cuyo reconocimiento y dominio permitirá descifrar el código escrito.
En esta etapa, que por lo general va de los 4 a los 6 años, la percepción y discriminación visual del niño se va agudizando y esto le permite distinguir disposiciones gráficas que hasta entonces le resultaban imperceptibles. Es el caso de las letras d, p, b, q, que conservan en la rotación la identidad de la forma, pero que ya son distinguidas por el niño como grafías que corresponden con fonemas diferentes.
Durante el proceso de adquisición de la conciencia fonológica, se desarrolla la capacidad de interpretar y atribuir significado a las distintas combinaciones de las letras que representan a los fonemas, según sea su secuenciación. Así, por ejemplo, pito no es lo mismo que pato ni que tapo, aunque contengan los mismos fonemas representados por sus correspondientes grafemas. El orden de secuenciación de los componentes de estas palabras es distinto. Otro aprendizaje importante consiste en desarrollar la habilidad de leer palabras con la cadencia y el ritmo necesarios para adjudicarles significado. Es muy frecuente que, después de leer silabeando una palabra, como puede ser el caso de e-le-fan-te, el niño repita "¡ah!, elefante!".
Se trata, pues, de una etapa que requiere grandes esfuerzo a los pequeños; de ahí que algunos necesiten un período considerable de tiempo para superarla. Por ello, en el aula de educación infantil, se han de promover tareas que motiven a los niños y contribuyan a facilitar las estrategias y habilidades necesarias para la adquisición del código escrito.

Entre las actividades que se pueden llevar a cabo en el aula de educación infantil para favorecer la superación de esta etapa, recogemos las mencionadas por la profesora Defior (1996):

Reconocimiento de rimas, ritmo y versos sin sentido
Segmentación de las palabras en sus sílabas
Identificación de los fonemas iniciales de las palabras
Coloquios metalingüísticos sobre los sonidos que componen el lenguaje
Efectos de añadir y omitir los fonemas iniciales de las palabras
Segmentar palabras en sus fonemas con palabras de dos fonemas
Segmentar palabras en sus fonemas con palabras de tres fonemas
- Sintetizar o combinar fonemas para formar palabras.

El uso de materiales de apoyo (láminas, signos gráficos, fichas, letras, etc.) facilita la ejecución de las tareas. Estos apoyos se irán suprimiendo a medida que los niños no los necesiten para sus aprendizajes.
Es conveniente, además, utilizar todo tipo de recursos lúdicos para que las tareas sean motivadoras y se mantenga la atención de los niños: juegos lingüísticos, tren de palabras, canciones cambiando una letra de las palabras o anulando una palabra, trabalenguas, juegos con familias de palabras, poesías y rimas, lenguajes secretos de diversos tipos, contraseñas, hablar como los robots, etc.
Existen algunos materiales en el mercado que pueden ayudar a diseñar actividades de tipo lúdico, en las que se trabajen estas habilidades (lotos, imágenes, etc.). Con éstos y otros recursos didácticos que se elaboren, se pueden ir introduciendo los distintos tipos de tareas que hemos visto anteriormente, teniendo en cuenta su orden de dificultad.

Etapa ortográfica

La superación de la etapa alfabética no supone que se han acabado las dificultades del proceso que capacita para ser un lector competente. Los lectores hábiles son capaces de reconocer a simple vista un buen número de palabras sin necesidad de ir descodificando a partir de sus grafemas... Cuando los niños leen repetidas veces las mismas palabras, acaban percibiéndolas como unidades léxicas, sin que tenga que mediar el deletreo para su correcta percepción. Según Frith (1989), esta habilidad aumenta espectacularmente a partir de los siete u ocho años, siempre que los niños practiquen la lectura con regularidad.
Si un niño no supera bien la etapa alfabética, su lectura será más lenta y menos comprensiva, ya que su atención estará centrada en práctica de habilidades de descodificación ...; en la etapa ortográfica, la atención del lector se dirige fundamentalmente a atribuir significado a lo que lee.
A partir de la superación de la etapa anterior, el niño va desarrollando estrategias que posibilitan el reconocimiento inmediato de morfemas y unidades de sentido. No se trata ya de un tipo de reconocimiento logográfico de las palabras, sino de una habilidad para percibir instantáneamente la composición de las mismas en distintos contextos (y con distintos tipos de letras) y con capacidad de detectar posibles errores, como pueden ser supresiones o añadidos de letras, alteración del orden de secuenciación, etc.
De hecho, la descodificación y la lectura global son procesos que se dan en cualquier lector. Lo que cambia fundamentalmente es el peso que se concede a cada uno de estos procesos en función del grado de aprendizaje y de las características del texto que se propone. Los principiantes descifran casi la totalidad del texto y sólo leen globalmente algunas palabras muy concretas aprendidas anteriormente. Los lectores expertos, en cambio, leen globalmente y sólo tienen necesidad de descodificar cuando se encuentran delante de una palabra técnica, desconocida o que presenta rasgos impropios de la lengua en que se está leyendo.
Aunque el modelo de Frith (1989) está avalado por datos empíricos, no todos los investigadores están de acuerdo en que los niños pasan necesariamente por esas tres etapas y en el orden que se ha indicado. Parece que el proceso depende de factores como el método y las experiencias lectoras que se proporcionan a los niños. Además, estas investigaciones están realizadas en el ámbito del idioma ingles que, como se ha dicho, muestra poca correspondencia gráfo-fonológica y, consecuentemente, prioriza la iniciación de la lectura a través de la ruta léxica con métodos de los llamados sintéticos o globales.

PSICOLOGÍA Y POBREZA: ¿HAY ALGO PSICOLÓGICO EN LA POBREZA O ES LA POBREZA ALGO PSICOLÓGICO?[1]


María Teresa Estefanía[2] y David Tarazona[3]



INTRODUCCIÓN


Los países de Latinoamérica están considerados en vías de desarrollo, presentando características económicas, sociales y culturales que influyen de forma negativa en el desarrollo integral de sus habitantes. En el Perú el 54% de la población enfrenta el obstáculo de la pobreza, siendo un 15% los que viven en extrema pobreza.

Una ciencia como la Psicología, la cual se rige bajo diferentes enfoques teóricos y áreas de aplicación, puede aportar información valiosa para el estudio de un fenómeno económico como es la pobreza, considerando que las conductas económicas son, ante todo, conductas sociales (Quintanilla, 1997) y que se considera los procesos económicos como manifestaciones de la conducta humana (Katona, 1965). A partir de esto surgen interrogantes como ¿Qué entendemos por pobreza?, ¿Qué se sabe de la pobreza desde una perspectiva psicológica?, ¿Qué nos dice la psicología social acerca de la pobreza?, ¿Influye la pobreza en la educación?, ¿Existe una cultura de la pobreza?


¿QUÉ ENTENDEMOS POR POBREZA?


Al hablar de pobreza se suele pensar en falta de dinero, carencia de servicios básicos, problemas de vivienda, grupos marginales, violencia e inseguridad, entre otros. Este tema recobra vigencia a partir de los cambios sociales vividos en latinoamérica durante la última década, surgiendo la necesidad de no verla simplemente desde el sentido común, sino desde la perspectiva de las ciencias sociales y humanas, a fin de fijar posiciones en lo conceptual.

La pobreza es un fenómeno sobre el cual existe gran cantidad de definiciones, entre las que encontramos las siguientes:

·         “Una situación social que se caracteriza por la privación que tienen aquellos de algo necesario, deseado o de reconocido valor” (Valentine, 1970; citado en Acevedo, 1996)

·         “Nivel de ingresos por debajo del  cual es imposible obtener una alimentación adecuada desde el punto de vista de la nutrición y satisfacer las necesidades básicas no alimentarias” (UNICEF, 1992; citado en Tessier, 1994)

·         “Carencia de bienes materiales considerados necesarios para el sustento de la vida, o también, la posesión muy temporal de ellos, en extremada escasez” (Alarcón, 1979)

·         “Situación socioeconómica deprivada, que se aplica a los grupos que se encuentran en la base de la pirámide de las sociedades estratificadas por clases sociales” (Alarcón, 1986)

·         “La pobreza es un concepto evaluativo, basado en expectativas sociales y en las oportunidades que cada cultura da a sus miembros (…) Las personas pobres de Estados Unidos probablemente serían en Uganda ciudadanos de clase media” (Ardila, 1979)

·         “La pobreza es fundamentalmente carencia de bienes materiales, pero también algo más que eso. Se trata de un problema socioeconómico, pero a la vez psicológico” (Ardila, 1979)

A partir de lo revisado podemos entender a la pobreza como una situación social en la cual existen carencias económicas, en un tiempo y espacio determinados, que afectan el desarrollo integral del ser humano. Este concepto puede ser útil al estudiar personas, familias, grupos y comunidades.

La relatividad de lo considerado culturalmente valioso tiene doble implicación, por un lado, construye estándares de vida deseables en función a la creación y satisfacción de necesidades, y por otro, a la construcción de sentimientos de inclusión social (Alarcón, 1986). La pobreza puede ser: (a) crónica: cuando resulta imposible romper su círculo vicioso, y (b) temporal: provocada por un retroceso momentáneo, que es posible superar. (Ardila, 1979)


¿QUÉ SE SABE DE LA POBREZA DESDE UNA PERSPECTIVA PSICOLÓGICA?


Desde sus inicios la psicología se ha preocupado por los problemas sociales en la medida que influyen en el desarrollo humano. Al nacer una persona lo hace en un medio social que le brinda experiencias tempranas, comunes a su grupo de pertenencia, las cuales van a depender de las prácticas de socialización y crianza. Este aprendizaje social va a influir durante todo el proceso evolutivo de la persona, incluyendo la configuración de su personalidad.

En la literatura revisada se encuentra que las personas al desarrollarse en condiciones de pobreza, en un gran número, presentan características de personalidad como las siguientes:

·         Lenguaje: Su lenguaje verbal se caracteriza por ser limitado, simple y directo; influido por modismos y jergas, siendo muchos términos indescifrables por otros grupos sociales; en cuanto al lenguaje no verbal, se encuentra que es amplio, complejo y simbólico, es común que al hablar muevan los brazos, hagan mímicas y acompañen los gestos con entonaciones de voz. (Alarcón, 1986; Ardila, 1979)

·         Dimensión temporal: Su orientación en el tiempo está dirigida, en gran proporción, sólo al presente, dejando al pasado y futuro de lado por influencia de experiencias frustrantes y dolorosas; también se encuentra que no desean planear el futuro por la incertidumbre que les genera. Se puede plantear que esta característica se relaciona mucho con su socialización ya que se sabe que el nivel específico de aspiración de una persona puede estar relacionado con los antecedentes sociales y familiares, las normas sociales de grupos de referencia, las realizaciones anteriores, la situación económica actual y otras variables ambientales. (Strumpel, 1979)

·         Locus de control: “Mientras que los participantes de otras culturas creen poder controlar su destino mediante el esfuerzo y habilidad (factores internos), los pobres creen que los factores externos los controlan; es decir, los pobres no creen poder controlar su destino”. (Ardila, 1979; p. 408). Si el medio se juzga como desfavorable o amenazador, la expectativa de éxito al realizar las propias metas y aspiraciones disminuye, tanto en la adquisición como en la asignación del ingreso (Strumpel, 1979)

·         Actitud fatalista: Supone que la vida y sucesos de un individuo están determinados ineludiblemente por el destino, siendo imposible cambiar el curso de los acontecimientos. Es utilizado como un mecanismo de ajuste, cumple una función defensiva y enerva el sentimiento de fracaso. (Alarcón 1986)

·         Rasgos depresivos: La organización social, la experiencia personal y las consecuencias de emociones, conductas y características psicológicas varían con la cultura (Saavedra & Planas 1996). Los adolescentes de nivel bajo nivel socioeconómico se caracterizan por una mayor inclinación a la depresión, al pesimismo y a la tristeza, en comparación con las mujeres de los grupos altos y medio. A su vez, los varones muestran disposición sumisa dependiente y conformista, son serios y taciturnos. (Arias Barahona, Campos & Amayo 1974 en Alarcón 1986). Observaciones no cuantificadas confirman la presencia de estados frecuentes de tristeza, sufrimiento y abandono en sujetos adultos. Sentimientos de indiferencia, apatía y desmoralización que tipifican el síndrome depresivo. (Alarcon 1986). Los rasgos depresivos se ven reforzados por la actitud fatalista.

·         Percepción interpersonal: En nuestra sociedad, las personas que viven en pobreza interactúan con personas de otros niveles socioeconómicos, es decir, tienen visibilidad social, la cual se caracteriza por darles una imagen de estar poco dispuestos al trabajo, carecer de hábitos de higiene, poseer baja moral social, ser mal educados e indisciplinados, ante lo cual se suele dar una actitud paternalista, mientras que por otro lado, de indiferencia y desprecio. En los grupos deprivados se advierte marcada desconfianza en la gente y en las instituciones sociales, a ello se añaden sentimientos ambivalentes de resentimiento y conformismo frente  los sectores pudientes.

·         Desesperanza aprendida: Es una de las consecuencias psicológicas de la pobreza sobre la cual existe mayor consenso. Se caracteriza por la creencia de que los eventos son inevitables, no haber esperanzas de cambio y considerar que no se puede hacer nada para escapar del destino (Ardila, 1979), este rasgo motivacional se verá determinado con mayor intensidad mientras las experiencias de indefensión sean más intensas y tempranas (Acevedo, 1996)


¿QUÉ NOS DICE LA PSICOLOGÍA SOCIAL ACERCA DE LA POBREZA?

Desde la perspectiva de la psicología social, la pobreza ha sido tomada como variable en diferentes investigaciones, de las cuales se desprenden los siguientes hallazgos:

·         Estrategias psicosociales de adaptación: Se observó que familias de nivel socio económico medio recurren a la redefinición de los eventos estresantes para hacerlos mas manejables, mientras que familias de nivel socio económico bajo tienden a usar la movilización familiar para obtener y aceptar ayuda, y la evaluación pasiva o aceptación de problemas minimizando sus efectos. Al parecer no difieren ambos niveles socio económicos en la obtención de apoyo social de parientes, amigos y vecinos, ni en la búsqueda de apoyo espiritual. (Majluf 1994)

·         Niñez: Los niños no tienen un status propio, sino que participan y se adaptan a la vida de los adultos, se presentan diferencias de genero en cuanto a los modelos a ser imitados por el niño, pero, los padres no consideran las diferencias interindividuales de sus hijos. Para los padres el juego y la conducta lúdica no tiene significado alguno, siendo las labores domésticas y apoyar al padre en el trabajo, las tareas que mayormente cumplen los niños. Es poco frecuente la expresión de cariño hacia los niños en edad escolar, lo cual no origina déficit en el sentimiento de autovaloración ya que se sienten seguros de que son valorados a partir de su capacidad de responder a las exigencias del adulto, sienten que se les considera seriamente y se les reconoce. (Schade & Rojas, 1989)

·         Pautas de crianza: Las madres del nivel socio económico bajo tienden a tener un control más autoritario y hacen mayor uso de mecanismos de ansiedad, observándose que las madres de nivel socio económico medio tienden a supervisar más a sus hijos, a estimular más la independencia, a usar el razonamiento para manejarlos y ha ser más afectuosas. Las madres del nivel socio económico medio tienden a disfrutar más de su rol, son menos exigentes en cuanto al destete o control de esfínteres y una actitud más permisiva y positiva hacia el manejo de la sexualidad. No se observan diferencias entre ambos grupos de madres en el énfasis de logros o expectativas de rendimiento del niño, siendo ambos grupos igualmente exigentes. (Majluf, 1989)


¿INFLUYE LA POBREZA EN LA EDUCACIÓN?

En lo que respecta a la educación, hay evidencias para plantear que la pobreza influye en el desarrollo cognitivo y psicosocial del niño, y, por consiguiente, en su desempeño y rendimiento académico.

·         Hacinamiento: Produce tensiones intra familiares afectando la concentración, la capacidad de retención y la discriminación entre estímulos auditivos y visuales (Mc Lanahan, 1985; en Jadue, 1996); coarta el desarrollo del hábito de sentarse, fijar la atención, mirar figuras, escuchar una historia o un cuento, ejercitar el “porque”, lo que tiene como consecuencia una habilidad discriminativa perceptual deficiente, lenguaje poco desarrollado, conocimientos e imaginación débiles y una atención fluctuante y poco sostenida (Majluf, 1993; en Jadue, 1996).

 

·         Ruido prevalente: Afecta la capacidad de distinguir entre estímulos auditivos y visuales (Broman, Bien & Shaugenessy, 1985; en Jadue, 1996).


·         Gran escasez o ausencia de material de apoyo a las tareas escolares: Limita la ejercitación de la habilidad motora para manipular objetos, la coordinación visomotriz, la percepción, discriminación visual (percepción de formas y colores) y la imaginación. Tampoco permite que el niño se familiarice con útiles escolares.

·         Baja escolaridad de los padres: Involucra la capacidad de elegir la adquisición de mínimos bienes y la baja calidad y escasez de estrategias de aprendizaje. Por su bajo nivel educativo y sociocultural, estos padres, utilizan lenguaje coloquial, distinto al que el niño debe emplear en la escuela y diferente también del que utiliza el profesor. El niño no se encuentra familiarizado con términos abstractos, no oyen frases bien estructuradas, poseen un vocabulario más reducido y  una experiencia audio perceptiva y audio motora inferior a la necesaria.

·         Ausencia del padre: Limita, en el niño, el desarrollo de la socialización y de la adaptación a la tarea escolar.

·         Altas expectativas de la madre respecto del futuro educacional y laboral de sus hijos: Las madres consideran a la educación superior como la única forma de tienen sus niños para ascender en la escala social y económica (Jadue & Ardiles, 1995), lo que se contradice con la escasa interacción madre/hijo que tenga relación con el rendimiento escolar.

·         Legado intergeneracional: La actitud materna, y lo que la madre es capaz de dar, depende de lo que ella recibió y vivió en su propio ambiente familiar, manteniéndose los patrones conductuales y culturales “heredados” de los padres, agravándose la situación  por la carencia de modelos alternativos. 

·         Desarrollo cognitivo: La mala nutrición, la precaria atención de salud y los modelos educativos y familiares adversos influyen en que los niños presenten “deprivación sociocultural”, “retardo sociocultural”, “retardo ambiental” o “retardo mental leve”, es decir un resultado subnormal en las pruebas destinadas a medir la capacidad intelectual.  Estos niños presentan “una capacidad y rendimiento cognitivo y verbal insuficientes para integrar, organizar, codificar y categorizar la información y las experiencias escolares y expresarlas en conductas adaptativas y creativas.” (Bravo, 1990; en Jadue, 1996).


¿EXISTE UNA CULTURA DE LA POBREZA?


Kardiner, a raíz de observaciones sistemáticas, hace referencia a una estrecha relación entre cultura y personalidad, enfatizando que la personalidad es influida por la cultura llegando a ser su imagen. Las personas son lo que es su cultura, y su cultura es lo que ellos son (1972; en Alarcón, 1986)

Tras la premisa inicial se puede afirmar que la pobreza puede llegar a ser un poderoso factor que influye sobre la conducta de las personas, estableciendo un patrón modal de vida; generando sistemas de valores, lenguaje, actitudes; estilos de pensar, sentir, reaccionar; y formas de conducta más o menos uniformes, estables y que se transmiten de generación en generación. La pobreza es una cultura o subcultura que pone a los grupos pobres en franca diferencia, en cuanto a su comportamiento, con respecto a los individuos de los estratos socioeconómicos medios y elevados.

Esta cultura de la pobreza desarrolla en sus participantes técnicas de adaptación para que puedan enfrentarse a todo un grupo de problemas recurrentes. La persona aprende que la vida es dura, que el cambio no llegara, a resignarse y a limitar sus aspiraciones, ya que percibe que la vida no tiene mucho que ofrecerle.

Alarcón (1986) ha dividido los rasgos de la cultura de la pobreza en económicos, sociales,  biológicos y personales.

RASGOS SOCIALES
RASGOS PERSONALES
-          Hacinamiento.
-          Ausencia de vida privada.
-          Alta incidencia de alcoholismo.
-          Violencia intrafamiliar.
-          Temprana iniciación sexual.
-          Madres abandonadas.
-          Autoritarismo familiar.
-          Inexistencia de la infancia como etapa de vida.
-          Bajo nivel educativo.
-          Analfabetismo.
-          Espíritu gregario.
-          Vínculos acentuados de parentesco y compadrazgo.
-          Orientación hacia el presente.
-          Pocos deseos de planear para el futuro (hedonismo de corto alcance)
-          Sentimientos de fatalismo.
-          Creencia en la superioridad masculina.
-          Mujeres se consideran mártires.
-          Sentimiento de marginalidad e inferioridad.
-          Desconfianza social.
RASGOS ECONÓMICOS
RASGOS BIOLÓGICOS
-        Bajos salarios.
-        Precariedad ocupacional.
-        Desocupación por largos periodos.
-        Ejercicio de una amplia gama de ocupaciones y subocupaciones no calificadas.
-        Inferiores en peso y estatura que el promedio de la población.
-        Bajo rendimiento físico e intelectual.
-        Altas tasa de natalidad.
-        Morbilidad.
-        Desnutrición infantil y mortalidad.
-        Menores expectativas de vida.


CONCLUSIONES


1.    Podemos entender a la pobreza como una situación social en la cual existen carencias económicas, en un tiempo y espacio determinados, que afectan el desarrollo integral del ser humano. Este concepto puede ser útil al estudiar personas, familias, grupos y comunidades

2.    El estudio psicológico de la pobreza ha permitido identificar características específicas, en las personas pobres, relativas a su lenguaje, dimensión temporal, locus de control, actitud fatalista, rasgos depresivos, percepción interpersonal y desesperanza aprendida.

3.    La pobreza influye en la práctica psicológica que se desarrolla en las áreas social, clínica, de la salud, comunitaria y educativa.

4.    La pobreza llega a ser un factor que influye en la conducta de las personas, llegando a ser una subcultura dentro de la sociedad.

5.    Un reto para la psicología actual es formular estrategias de intervención e investigación que permitan afrontar la lucha contra la pobreza, lo que se hace cada vez factible gracias a los avances de la psicología económica (Descouveries, 1998)



[1] Artículo publicado en la revista “Explorando Psicología” N° 12, Mayo, 2003. La Paz-Bolivia.
[2] Universidad Peruana Cayetano Heredia, Lima-Perú. Miembro del Instituto Psicología y Desarrollo (IPSIDE). Correo-e: marite_estef@hotmail.com
[3] Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima-Perú. Miembro adherente del Foro Peruano de Psicología Social y del Instituto Psicología y Desarrollo (IPSIDE). Correo-e: dtarazona@ole.com
DESAFIOS A LA FORMACION DOCENTE: INCLUSION EDUCATIVA*

Resumen
El presente artículo busca cuestionar la inclusión educativa, entendida como un proceso que intenta abordar situaciones y espacios de exclusión en el sistema educativo y los desafíos que éste plantea a la formación de profesores. Primero, se analiza el concepto de inclusión desde una perspectiva contemporánea; segundo, se discuten los riesgos que tiene el entenderla desde el campo de la educación especial; tercero, se plantean algunas limitaciones a la inclusión educativa existentes en la formación docente, y cuarto, se describen tres posibilidades a considerar para la formación de un nuevo profesional que utilice la inclusión educativa como una forma de responder, abordar y celebrar la diversidad en nuestro sistema educativo.
Palabras clave: inclusión educativa, formación inicial docente, exclusión, educación especial, identidades, aprendizaje.

Abstract
This article aims to analyze educational inclusion as an educational device that breaks with exclusionary practices and spaces in the educational system and the challenges that offer to pre-service teacher's formation. First, the concept of inclusion from a contemporary perspective is examined, second, the risks of understanding it from the special education field are discussed, third, current restrictions to inclusion development in teacher's formation programs are shown and fourth, three proposals for a new teacher that utilizes inclusion as a road to respond, accept, and celebrate diversity in our educational system are described.
Key words: educational inclusion, teachers' initial formation, exclusion, special education, identities, learning.

INCLUSION EDUCATIVA: AMPLIANDO O RESTRINGIENDO MIRADAS
El concepto de inclusión ha adquirido un énfasis especial durante los últimos años en el contexto educativo latinoamericano y particularmente el chileno, visibilizándose en ámbitos como políticas públicas y acciones gubernamentales. Esta representación del concepto de inclusión regula no solo las prácticas educacionales (enseñanza, metodología, currículum, entre otras) sino las ideas sobre situaciones de exclusión, diversidad y de manera significativa, sobre la construcción de identidades. Este último aspecto hace referencia a la construcción de sujetos/estudiantes de pedagogía desde discursos de inclusión que circulan y se reproducen en el ámbito educacional. En este sentido, el significado de inclusión tiene implicancias en el estudiante que se construye (Hall, 1997).
Históricamente la inclusión educativa como concepto y práctica en contextos escolares comienza a principios de los 80 en los Estados Unidos y en Europa, como una iniciativa focalizada hacia los estudiantes con discapacidad (Fuchs y Fuchs, 1994; Lipsky y Gartner, 1996). Sin embargo, durante las últimas décadas, ese foco ha cambiado y se plantea como un nuevo desafío: hacer las prácticas inclusivas en educación accesibles a todas las personas. Lo anterior implicaría un cuestionamiento de los supuestos normativos existentes sobre el aprendizaje y la enseñanza de manera de responder a la diversidad de los sujetos implicados en el contexto educativo en cuanto a raza, etnicidad, lenguaje, género, nacionalidad, entre otras diferencias que van más allá de la habilidad para aprender. Este último planteamiento refuerza la idea de que la inclusión educativa se constituye en una forma de responder y abordar la diversidad en contextos educacionales. Se amplía así la representación de quiénes son los sujetos interpelados en y por esta nueva significación, abriendo espacio a nuevas subjetividades y a las intersecciones de sus marcadores (ej., discapacidad, etnia, género, entre otras). El concepto de subjetividades es utilizado para complejizar la construcción de sujeto desde una perspectiva más contemporánea donde se hace referencia a la idea de construcción dinámica. Así, los sujetos tienen la posibilidad de habitar infinitas formas de ser sujeto y resistir a dispositivos normalizadores que lo limitan desde identidades movibles y transitorias (Rose, 1999).
La migración del concepto de inclusión desde la educación especial a espacios relacionados con la educación general (o regular) ha producido avances en la comprensión del fenómeno educativo contemporáneo al abordar la variabilidad que existe en el aprendizaje de los estudiantes. En Chile, por ejemplo, las salas de clase de escuelas regulares han incrementado la cantidad de estudiantes con discapacidad y estudiantes extranjeros desafiando las metodologías tradicionales de enseñanza destinadas a un estudiante que no tiene discapacidad y que ha nacido en este país. Sin embargo, el concepto de inclusión también es representado como un equivalente al de asimilación debido a que sus orígenes están epistemológicamente ligados a una tradición positivista, propia de la educación especial tradicional. Slee (2001) refuerza esta idea al argumentar la existencia de representaciones limitadas sobre la educación inclusiva, entre las que se cuentan una constricción a un marco tradicional de la educación especial sustentada en una visión médica de la diferencia y una desconexión de las políticas de inclusión educativa del contexto general de políticas educacionales.
Desde otra perspectiva, organismos internacionales como la UNESCO (2005) han explicitado la idea de que la inclusión educativa debiera sustentarse en los derechos humanos, donde el acceso y participación a una educación de calidad es un imperativo. En este sentido, todos los seres humanos, independiente de su etnia, género, forma de aprender, etc., deberían gozar y ejercer el derecho a la educación.
El movimiento inclusivo en educación, cualquiera sea su comprensión, ha movilizado la construcción de una serie de políticas a nivel de organismos internacionales que han sido traducidas en acciones educacionales referidas fundamentalmente a permitir que todos los niños tengan acceso al sistema educacional regular. Ejemplos de esto en Chile son la construcción de una política de educación especial, el desarrollo de un programa intercultural y la construcción de proyectos de asistencia técnica a escuelas que evidencian bajos logros en mediciones de aprendizaje y altas tasas de repitencia y deserción escolar, entre otros (MINEDUC, 2005, 2007). Así, estas políticas han posibilitado la creación de programas compensatorios en la escuela para que aquellos niños que habían sido excluidos y marginados del sistema pudiesen participar de él. Sin embargo, la inclusión educativa a pesar de que se ha convertido en un concepto de uso bastante amplio en el contexto educativo, trae consigo diversos discursos no siempre convergentes en cuanto a su significado y comprensión. Al respecto, Graham (2006: 4) argumenta que el término inclusión:
...sugiere un 'traer dentro'; un término que presupone un todo en el que algo o alguien puede ser incorporado...Sería razonable argumentar que hay un centro implícito al término inclusión, para el que se privilegian nociones discursivas de lo preexistente por medio de incluir al otro en un espacio prefabricado, naturalizado.
Desde esta perspectiva, se esperaría que el término implícitamente denotara un espacio que está conformado por aquellos sujetos que sí han podido ser parte de un sistema escolar regular o normal. Aquellos niños que aprenden como el promedio y que tradicionalmente han formado parte de lo que se denomina escuela. Así, el concepto de inclusión hace referencia a la construcción de un 'Otro' (alumno que sale de los límites de la norma), a uno que no ha tenido el privilegio o, en palabras actuales, el derecho de estar en esos espacios educativos. Se busca, por tanto, aproximar a esos Otros a estos espacios regulares construidos social y culturalmente como centros. El desarrollo de espacios particulares como aulas de recursos, adaptaciones al currículum, entre otros, buscan acercar a estos alumnos al desempeño promedio de los alumnos que habitan este centro. Se inicia un círculo a través de procedimientos de diagnóstico donde se pretende visualizar y destacar la distancia que tiene este sujeto de inclusión con respecto al alumno definido como promedio. Mutua y Smith (2006: 126) refuerzan esta premisa al plantear que una gran mayoría de educadores en ejercicio y en formación "...siguen el proceso de diagnóstico y tratamiento del modelo médico, creyendo que asignando una categoría a los estudiantes es el primer paso necesario para proporcionar servicios apropiados a esos estudiantes". En el caso de Chile, este promedio al que se aspira corresponde a un estudiante con un buen rendimiento académico acorde a los estándares educacionales chilenos (currículum escolar), nivel socioeconómico medio-alto, y nacido dentro de los límites geográficos que determinan el país. En relación a esta idea restringida de inclusión, Graham y Slee (2005: 6) plantean que:
Nociones limitadas y modelos de inclusión, como aquellos realizados a través de mecanismos que aseguran la objetivación de la diferencia individual, no sólo resultan en una más compleja e insidiosa exclusión pero posiblemente funcionan en refinar la escuela como un campo de aplicación para el poder disciplinario.
Profundizando en la idea de Graham y Slee, la objetivación de la diferencia permite abordar la inclusión desde los alumnos que eran sujetos de prácticas de exclusión y oscurece el centro, dejándolo libre de cuestionamiento. Así el concepto de estudiante promedio continúa fuera de análisis y se constituye en un punto de partida y una meta a alcanzar a través de las prácticas educacionales, configurándose en un artefacto de poder que restringe las prácticas inclusivas más contemporáneas.
Una forma de comprender la inclusión es en relación a sus antecesores en los sistemas educativos latinoamericanos, entre los que se cuenta Chile. Específicamente, la inclusión educativa tiende a relacionarse discursivamente con el concepto de educación especial y por tanto, de integración escolar. Esta última es definida como un conjunto de herramientas educacionales que responden a la educación de estudiantes con necesidades educativas especiales derivadas de discapacidad o con trastornos específicos del lenguaje en un contexto de educación regular. Las herramientas se centran principalmente en apoyos pedagógicos por parte de especialistas (fonoaudiólogos, terapeutas ocupacionales, profesores diferenciales, entre otros) (MINEDUC, 2005).
Esta comprensión de la inclusión ha permitido la evolución de algunas temáticas educacionales y en especial de aquellas relacionadas con la discapacidad. Sin embargo, al relacionarse con este espacio de conocimiento (discapacidad), ha traído ciertas problemáticas producto de la tradición positivista que presenta la educación especial en términos históricos, arrastrando así discursos que entorpecen su (re)configuración (Baker, 2002).
Existen evidencias suficientes para pensar que la presencia de un modelo tradicional de educación especial que sustente las prácticas inclusivas no permite avanzar en un concepto de inclusión más contemporáneo, produciendo así un maquillaje en la escuela donde las prácticas de exclusión se han trasladado a su interior (Slee, 2001). Un ejemplo de lo anterior se observa en la Política Nacional de Educación Especial Chilena (MINEDUC, 2005) cuyo objetivo es compensar la exclusión que tenían algunos estudiantes del sistema de educación regular por presentar una discapacidad. Es así como la traducción de este artefacto social denominado política de educación especial ha permitido que aquellos estudiantes que aprenden de manera distinta a la mayoría puedan participar del sistema educativo común, teniendo acceso a una educación regular. Sin embargo, ha legitimado nuevas prácticas de exclusión al interior de la escuela. Específicamente, aparece la imperiosa necesidad de establecer categorías diagnósticas precisas para aquellos estudiantes, antes segregados de las escuelas regulares, con el propósito de fijar subvenciones económicas especiales y distintas al resto de los estudiantes. Con esta asignación categórica de quién es ese sujeto especial se inicia un círculo regulatorio que más que abrir espacios de participación, los restringe. Dependiendo de cuanto se aleje el desempeño académico de este sujeto especial con respecto al currículum regular chileno, será el tiempo que podrá compartir con sus compañeros en el aula regular (MINEDUC, 2005). En el caso de que esta distancia sea significativa (mejor aún si es con carácter estadístico), deberá habitar en un nuevo espacio, denominado aula de recursos. De esta forma, en el sistema educacional chileno actual se configuran cuatro opciones de participación para los sujetos con discapacidad, entre las que se cuentan: a) Asistencia a todas las actividades del curso común y atención complementaria de profesionales especialistas en el aula de recursos, b) asistencia a todas las actividades del curso común, excepto en aquellas áreas en las que requiera de mayor apoyo, las que deberán ser realizadas en el aula de recursos, c) asistencia en la misma proporción de tiempo al aula de recursos y al aula común y d) asistencia a todas las actividades en el aula de recursos y participación con los alumnos del establecimiento común, en recreos, actos o ceremonias oficiales del establecimiento o de la localidad, y actividades extraescolares en general.
En relación a estas opciones de participación que tendría el sujeto a incluir, Erevelles (2006) describe el concepto de prótesis desarrollado por estos estudiantes como mecanismo que les permite acercarse al rendimiento y conducta normal esperada en la escuela y por tanto, a los espacios del currículum que tienen los demás estudiantes. Ella argumenta en relación a la construcción de este nuevo artefacto educativo lo siguiente:
...en la mayoría de los contextos educacionales, los estudiantes identificados como diferentes de la norma por su raza, clase, género, etnia y/o orientación sexual son validados si y solo si pueden demostrar prácticas de prótesis que les posibilitan pasar como no verdaderamente diferentes de la norma por medio de ocultar su dis/capacidad. Como resultado, la discapacidad se vuelve en un puente discursivo que simultáneamente explica y expone la construcción social de la diferencia en educación junto con los ejes de raza, clase, género, etnia y/o orientación sexual (Everelles, 2006: 368).
Lo anterior también se puede visualizar en el ámbito de las políticas interculturales. A modo de ejemplo, en Chile se instaura un sistema de educación intercultural bilingüe con el propósito de permitir a estudiantes indígenas (Mapuche, Aymara, Rapa Nui y Quechua) desenvolverse adecuadamente tanto en su cultura de origen como en la sociedad global. Específicamente, durante el 2006 se aprueba el diseño del subsector de Lengua Indígena que busca garantizar la enseñanza de las lenguas indígenas en aquellas unidades educativas con presencia mayoritaria de niñas y niños de ascendencia indígena (MINEDUC, 2007). Se refuerza así en Chile, al igual que en otras comunidades latinoamericanas, la necesidad de desarrollar las lenguas indígenas y aumentar el grado de participación de las comunidades locales en los programas educativos. Sin embargo, a diferencia de otros países, la mayoría de los grupos indígenas en Chile no hablan su lengua nativa. Un estudio realizado por Irarrázabal y Morandé (2007) muestra que cerca del 80% de sujetos que se definen como mapuches no habla su propia lengua (Mapudungún) y mayoritariamente se encuentran en los estratos socioeconómicos bajos. Lo anterior muestra cómo se desarrollan políticas educativas para grupos específicos que históricamente habían sido excluidos del sistema educacional regular, como por ejemplo discapacidad y etnia. Retomando el concepto de prótesis de Erevelles (2006), se puede visualizar en el área de la interculturalidad que aquellos niños que aprendan su lengua nativa, sin importar si es significativo para ellos, su familia o su comunidad, serán exitosos a nivel académico. Por lo tanto, el aprendizaje de una nueva lengua permitiría a los estudiantes acercarse a un concepto de indígena esperado social y educacionalmente.
Lo anteriormente expuesto muestra algunos ejemplos de cómo discursivamente se ha ampliado el concepto de inclusión a gran parte del sistema educativo, incrementando así la construcción de políticas educativas focalizadas hacia estudiantes con alguna discapacidad o que provienen de grupos culturales distintos al mayoritario y que tradicionalmente habían sido excluidos del sistema educacional regular. Además, esta ampliación tiene una base epistémica circunscrita marcadamente a un modelo médico de considerar la diferencia, lo que sin duda trae conflictos a los sistemas educacionales y a los sujetos que participan en ellos.
Hasta aquí, se ha analizado el tema de la inclusión desde la mirada de los estudiantes. Sin embargo, los sujetos 'a incluir' no sólo son los que reciben beneficios (acceso a una escuela regular) y limitaciones (acceso a nuevos espacios de marginación) de las prácticas inclusivas, sino también aquellos sujetos que deben facilitar este proceso: las profesoras y los profesores del sistema educativo. Es en este contexto que las nuevas prácticas inclusivas no sólo se (re)producen en el contexto escolar sino en un ámbito educativo mayor: los centros de formación de profesores, planteando así un desafío a estas instituciones y a los nuevos profesores en formación.
FORMACION DE PROFESORES: RIESGOS Y POSIBILIDADES
Los centros de educación superior también se han visto afectados por las variaciones y múltiples significados que ha tenido el concepto de inclusión educativa. La construcción de políticas compensatorias en educación ha presionado fuertemente la formación de profesionales que sean capaces de reconocer y valorar la diversidad, de modo de promover comunidades educativas inclusivas.
Las teorías contemporáneas del aprendizaje plantean que los profesores y las profesoras deben ser personas capaces de enseñar en contextos diversos de aprendizaje (Ainscow, 2001; Beyer, 2001; Riehl, 2000). Lo anterior es altamente relevante dado que datos provenientes de estudios chilenos muestran la variabilidad del alumnado destacando que el número de estudiantes con necesidades educativas especiales, con ascendencia indígena y con nacionalidad distinta a la chilena ha ido en aumento (MINEDUC, 2007). Sin embargo, gran parte del currículum de educación superior incluye herramientas específicas a nivel de metodologías y didácticas que se centran en el aprendizaje de un escolar promedio (Infante y Matus, 2009). Como resultado, la escuela se proyecta como un espacio homogéneo en cuanto a acciones y sujetos, alejándose significativamente de las realidades de nuestro sistema educacional y con un énfasis implícito en ese centro normativo. Este profesor o profesora en formación va construyendo su identidad profesional en base a capacidades dirigidas a una supuesta normalidad que distan de la escuela a la que se verá enfrentado o enfrentada, produciendo una serie de problemáticas que no es capaz de solucionar una vez que se encuentra en ejercicio (Tenorio, 2007). Del mismo modo, las competencias que definen a un profesor o profesora de aula, delimitadas en su currículum de pregrado, no necesariamente son aquellas que el mismo estudiante en formación ha elaborado a través de sus experiencias en los establecimientos educacionales (Infante, Ortega, Rodríguez, Fonseca, Matus y Ramírez, 2008).
El planteamiento anterior no sólo se evidencia dentro de los programas de formación de docentes de educación general básica y de párvulos, sino que se observa una situación similar en la formación de especialistas que trabajan en el ámbito de la educación (ej., fonoaudiólogos, profesores diferenciales, psicólogos). Los especialistas reciben en su formación una serie de herramientas particulares que les permite apoyar el aprendizaje de grupos minoritarios como alumnos con discapacidad. Paralelamente, en el sistema educacional se observa que producto de políticas educativas con carácter de inclusivas, este especialista debe desplazarse desde la escuela especial a una escuela regular donde imperativamente tiene que relacionarse con el resto de los actores educativos, entre ellos los alumnos y alumnas con resultados educativos dentro de la norma y los profesores y las profesoras de aula regular, situación para la que no se encuentra capacitado (Infante, Ortega, Rodríguez, Fonseca, Matus y Ramírez, 2008 y Tenorio, 2007).
En los últimos años las políticas educativas chilenas han hecho demandas concretas a los centros de formación docente. Así, se han introducido temas relacionados con conceptos como necesidades educativas especiales (nee), diversidad, interculturalidad, integración e inclusión, entre otros, a las mallas curriculares de los programas de formación de profesores para la educación básica y parvularia y temas de evaluación y currículum a las mallas curriculares de carreras de especialidad. El objetivo principal es el de proporcionar a los futuros profesores las herramientas para trabajar con adaptaciones al currículum común de la educación escolar chilena. Este aspecto es determinante ya que otorga una intencionalidad clara al contenido que debe estar presente en la formación de profesores. Contenido entendido como conocimiento de los planes y programas que establece la educación chilena y de ciertas modificaciones que deben realizar a estos instrumentos (denominadas adaptaciones curriculares). En este sentido, el currículum universitario se debe centrar en la adquisición de competencias que permitan hacer adaptaciones a sus prácticas pedagógicas y al currículum general. Sin embargo, estas modificaciones realizadas en la educación superior no han sido acompañadas de cambios profundos en el concepto de inclusión que permitan transformar las prácticas educativas de modo de no reproducir acciones de exclusión y segregación en aquellos que históricamente han sido marginados de un sistema de educación regular.
Si la agenda educativa nacional de cualquier país pretende favorecer el desarrollo de una educación inclusiva, la formación de profesionales de la educación es uno de los componentes primordiales. En este sentido, experiencias internacionales (Ainscow, 2005; Slee, 2001) y estudios nacionales (Infante y Matus, 2009; Infante, Ortega, Rodríguez, Fonseca, Matus y Ramírez, 2008 y Tenorio, 2007) permiten visualizar la necesidad de abordar algunos aspectos en esta formación.
El primero consiste en la necesidad de abrir espacios de discusión teórica con una mirada crítica a los cursos de formación docente. Al respecto Slee (2001) cuando hace referencia a las prácticas inclusivas destaca la necesidad de que los futuros docentes y los formadores de estos tengan la posibilidad de comprender sus propias nociones de inclusión para construir espacios de posibilidades distintos que no refuercen las debilidades tradicionalmente visibilizadas de los grupos minoritarios en la escuela. De este modo, un primer paso en la transformación de la formación consistiría en abrir espacios en el currículum universitario de carreras relacionadas con la pedagogía que permitan reflexionar sobre cuál es la construcción de diversidad e inclusión que cada sujeto elabora, con anterioridad al desarrollo de técnicas y herramientas pragmáticas de trabajo (metodologías de enseñanza, evaluación, etc.). Por ejemplo, si consideramos que el diagnóstico y la categorización son la actual puerta de entrada para algunas minorías (ej., étnicas, con discapacidad, entre otras) a la mayoría de las escuelas regulares, este sujeto en formación requeriría desarrollar un sentido crítico de los mensajes implícitos con los que estas categorías son inscritas y una conciencia sobre cómo funcionan en la construcción de regímenes de verdad (sobre, por ejemplo, las habilidades de los estudiantes). Ainscow (2005) refuerza esta idea al explicitar que uno de los aspectos importantes a cuidar en una escuela que busca como premisa la inclusión son los supuestos de déficit que existen en los docentes. Esto debido a que estos supuestos pueden afectar las percepciones que tienen los docentes sobre los estudiantes. Al respecto, Hall (1997: 3) destaca que "... son los participantes en una cultura los que le dan significado a las personas, objetos y eventos...Es por nuestro propio uso de las cosas y por lo que decimos, pensamos y sentimos sobre ellos -como los representamos- que les damos un significado". Claramente, la selección de metodologías y estrategias de enseñanza se construyen a partir de la comprensión y significación que tienen los docentes sobre el aprendizaje y los aprendices (Rice, 2006; Tenorio, 2007).
El segundo aspecto se relaciona con la necesidad de complejizar la definición de inclusión, considerando los aportes de distintas disciplinas. Específicamente, implicaría un desarrollo reflexivo sobre el área multidisciplinaria de la educación inclusiva. Como se puede observar al inicio de este artículo, existen distintas formas de entender la inclusión y al no evidenciarse una convergencia en aspectos básicos que sustentarían este constructo, se tiende a utilizar un discurso derivado de una tradición médica y, por tanto, muy acotado y referido a la educación especial. Sin embargo, una concepción contemporánea de la educación inclusiva hace referencia a todos los estudiantes y no sólo a aquellos que se les asigna la etiqueta de necesidades educativas especiales y discapacidad (Ainscow, 2005; Tregaskis, 2006). Por lo tanto, los futuros docentes necesitarían dejar atrás una visión de la diferencia con una orientación de déficit. El primer paso es trabajar la posibilidad de ver la inclusión como una totalidad, más que un área segregada a una especialidad (educación especial o interculturalidad). Siguiendo esta premisa, Ferri (2006) destaca la necesidad de animar a los estudiantes a que analicen cómo la clase social o la raza, por ejemplo, influye en cómo se vive la experiencia de una discapacidad. Más específicamente, este autor argumenta la importancia de que tanto los cursos de formación como sus respectivos materiales no destaquen características específicas de identidad (ej., un alumno con síndrome de Down evidencia alteraciones del habla) ya que esto negaría "la posibilidad de intersecciones entre o diferencias al interior de las categorías" (Ferri, 2006: 294). En síntesis, este planteamiento multidisciplinario demandaría una formación explícita y sustantiva en todas las formas de exclusión educacional existentes y el contexto social, cultural y político que permite que ésta se mantenga y reproduzca en el sistema escolar.
Finalmente, un último aspecto considera la necesidad de, como plantea Ainscow (2005), proporcionar nuevas formas de abordar la información utilizada para evaluar desempeño escolar. Al igual que las metodologías de enseñanza tradicionalmente se han centrado en el alumno promedio, también lo han hecho las formas en que se evalúan los aprendizajes. La medición de logros en la escuela ha sido muy rígida en contraste con la variabilidad de estudiantes que habitan una sala de clase contemporánea. Entonces, más que configurarse en una forma de potenciar el aprendizaje se ha constituido en un obstáculo a este. En este sentido, Ainscow sugiere que los educadores en formación desarrollen en sus cursos habilidades que les permitan construir estándares de inclusión que, por ejemplo, consideren procesos organizacionales de las escuelas y el uso de las visiones de los actores que habitan estos espacios.
En relación a los procesos organizacionales, la utilización de perspectivas teóricas más contemporáneas como los estudios culturales se constituye en un aporte a la formación docente (Slee, 2000). La formación de docentes que consideren el componente cultural como un constructo dinámico y producto de una construcción social compartida permitirá contextualizar las formas de funcionamiento que tiene cada comunidad educativa particular y abrirá posibilidades de gestionar acciones de cambio que faciliten el aprendizaje de todos los sujetos que participan de ella. Así, la inclusión educativa funcionaría no como una forma de identificar y reproducir la anormalidad sino como una herramienta de diagnóstico y desarrollo cultural (Ainscow, 2001). Por otro lado, la consideración y utilización de las miradas de los actores que participan de los establecimientos escolares potenciaría el desarrollo de estándares de inclusión educativa. Existe evidencia suficiente para respaldar la idea de que las escuelas deben ser construidas cooperativamente entre todos sus actores (Booth y Ainscow, 2000; Freire, 1998). Sin embargo, los sujetos que participan de esta inclusión no han sido escuchados respecto a sus deseos, experiencias y visiones sobre su aprendizaje y educación. La mayoría de la investigación contemporánea sobre las voces de los sujetos destaca el poder que tienen las metodologías de investigación y las formas de evaluación en enmarcar voces particulares, elicitando algunas y no otras (Thomson y Gunter, 2007). Esta mirada acepta la noción de que no existe una sola voz legitimada sino variedad de ellas, internamente diferenciadas por espacios, tiempos, relaciones y lugares (Lather, 1991). Desde esta perspectiva, los centros de formación docente debieran facilitar a sus estudiantes de herramientas que les permitiesen desarrollar nuevas formas de recoger y utilizar información, considerando a cada uno de los actores del sistema educativo.
CONCLUSION
En la actualidad se observan cambios significativos en la configuración de los establecimientos educacionales y los participantes de estos. Un gran número de sujetos que habían sido tradicionalmente excluidos del sistema educacional regular han ingresado a éste, dejando atrás la idea de que nuestras salas de clase estaban constituidas por un grupo homogéneo de alumnos en cuanto a sus habilidades, raza, género, lenguaje, estructura familiar, entre otros marcadores de identidades. Por lo tanto, esta nueva configuración de las instituciones educacionales implica una diversidad en los sujetos que las habitan. Una de las respuestas a esta diversidad ha sido un llamado desde organismos internacionales y estamentos gubernamentales a transformar las escuelas en comunidades más inclusivas. Sin embargo, a pesar del énfasis de la inclusión educativa en los discursos nacionales e internacionales, este concepto no tiene una significación única, facilitando y reproduciendo así las formas de exclusión que busca eliminar.
Así como otros conceptos contemporáneos que circulan en los discursos públicos (ej., interculturalidad), la inclusión educativa tiene sus orígenes en una tradición ligada a la educación especial y que proviene de una visión positivista de la realidad. Lo anterior tiene una serie de efectos al abordar el concepto de diversidad en el aprendizaje y la enseñanza de los sujetos, legitimando el concepto de normalidad como centro y paso a seguir. Es de esta forma como discursos de diagnóstico, categorización, asimilación y compensación se posicionan en las prácticas educativas, restringiendo el acceso de todos los sujetos a todos los espacios de aprendizaje y el acceso a una educación de calidad.

Debido a lo planteado anteriormente, la formación de profesores y profesoras se constituye en un desafío para las instituciones de educación superior y una forma de resignificar el concepto de inclusión. Al respecto, es necesaria la formación de un profesional que lidere las acciones educativas relacionadas con la diversidad desde la inclusión. Este sujeto no sólo debe concentrarse en la elaboración de herramientas técnicas que le permitan eliminar las barreras de acceso y participación de ciertos estudiantes a la educación sino analizar críticamente los propios sistemas de inclusión/exclusión y las representaciones y supuestos culturales adscritos a los diferentes marcadores de la subjetividad como por ejemplo, condición socioeconómica, formas de aprendizaje, nacionalidad, etnia, género, entre otros, que pueden repercutir en acciones de discriminación y opresión social. Del mismo modo, requiere que la formación en inclusión educativa considere los aportes de otras disciplinas y no sólo de la educación especial. La diversidad existente en cuanto a participantes del proceso educativo implica considerar el aprendizaje y la enseñanza desde distintas miradas que abordan ámbitos sociales y culturales más amplios y que requieren de una formación interdisciplinar. Finalmente, la formación docente requiere un mirar contextualizado del fenómeno educativo, donde la producción y uso del conocimiento es delimitada por posiciones geográficas, históricas y culturales del sujeto.